Llegué al CTA por mi propia voluntad, después de pasar una noche de consumo muy desagradable. Reconocí que ya no tenía control sobre mi consumo de alcohol y cocaína, y que necesitaba ayuda profesional porque sabía que sola no iba a poder. Mi relación con mi familia era pésima, y no tenía ningún tipo de relación con Dios. Comencé tratamiento en el CTA y más que ayudarme a dejar de consumir, me ayudaron a comprender el motivo de mi adicción y a restaurar mi relación con Dios y con mi familia. Ahora tengo un año sin consumir, Dios es el centro de mi vida, puse mi propia empresa y estoy terminando mis estudios. Mi vida dio un giro 180 grados, y ahora soy todo lo que pensé que nunca hubiera podido llegar a ser. El CTA cambio mi vida.